lunes, 22 de octubre de 2012

La peluquería del infierno

Empezó a llover y Pierce salió de su casa sin paragüas. No pensó en nada al salir de su casa, solo tenía en mente el reloj y la hora que había sido citado en la peluquería, y claro, llegaba tarde. 
Sus miedos se hicieron realidad y llegó a la peluquería empapado en agua, se rio y pensó, por lo menos no me tienen que mojar el pelo para cortarmelo. En el fondo, Pierce, era optimista pero al entrar su cara cambió. Su peluquero no era el de siempre, se conoce que la peluquiería había cambiado de dueño, siendo el nuevo una persona con media melena, cara tísica y lleno de tatuajes típicos de la carcel de Carabanchel. 
Nuestro implicado tenía el pelo alborotado y deseaba que se lo descargasen como solía hacer cada dos meses pero no estaba muy seguro de recortarse la cabellera con el nuevo peluquero mirándole con su mirada penetrante. 
El peluquero, con una voz cavernosa digna de un hombre que había superado las drogas, le invitó a sentarse mientras sujetaba unas tijeras oxidadas. Aun si saber el porque, Pierce se sentó en la silla y delante del espejo vio su alrededor cambiar. Aparecieron en su entorno miles de escaleras que subía y a la vez bajaban, pero resultaba extraño ya que si subías una y seguías caminando aparecías a la misma altura que al subir el primer escalón, y así era con las otras escaleras. La gravedad no existía, era tan extraño que Pierce, en su silla, quería probar aquello. Se levantó y empezó a subir y bajar escaleras sin parar, estaba como poseído, y creía que eso era maravilloso pero...se resbaló y cayó al suelo. Se preguntó como se podía haber caido en una escalera en un mundo sin gravedad si él había acudido a cortarse el pelo y estaba sentado en una silla.
Se incorporó y no existía ninguna peluquería ni estaba rodeado de miles de escaleras confusas. Había estado sentado en un bordillo de la calle como cada viernes después del trabajo solía hacer con su litrona de cerveza, chorreaba de sudor y estaba solo. Su camello había cumplido lo que le dijo, alucinaría y pensaría que vive en otro mundo. El LSD hizo el efecto que quería Pierce, para olvidar su vida monotona y aburrida. De vuelta a casa se miró al espejo y pensó..."Debería cortarme el pelo, hace ya dos meses de la última vez".

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