Atardecer del día 5 de junio de 1944. Horas antes del Desembarco de Normandía. Base naval de Portsmouth, Inglaterra.
-Bonito
atardecer… ¿No crees?- Dijo Steve Clarke.
-Si…una
lástima que no volvamos a ver ninguno más- Contestó William Mirosky con el ceño
fruncido.
-Anímate
hombre, mañana si sobrevivimos seremos héroes y seguro que al “Tito Adolf” da
un escarmiento a todos sus hombres de la Werhmacht que defienden las costas de
Caen, no nos esperarán…- Replicó Clarke con los ojos llenos de orgullo.
-Bueno
nos han preparado bien ¿Recuerdas al Mayor García?- Decía Mirosky entre
sonrisas
-Sí,
menudo bastardo, nos trataba como a mierda…-Dijo Clarke mientras sonreía y
fumaba un cigarrillo de un paquete de Lucky Strike que cambió horas atrás por
chocolate enviado desde Detroit por su novia. Pero bueno, su instrucción espero
que nos sirva de algo, o si no me apareceré en sus sueños y le acojonaré
durante toda su maldita vida.
-¡Compañía
Able! Diríjanse a sus puestos de embarque, en veinte minutos las embarcaciones
de desembarco saldrán rumbo a Francia y si no están en sus puesto se les
declararán desertores-Gritó el comandante Pierce con un megáfono, la hora había
llegado.
Tras el primer aviso que efectuó Pierce,
todos cogieron sus equipos, algo muy simple para un simple soldado.
Imprescindible el casco y sin olvidarse de las armas con las que las tropas
americanas tendrían que liberar el continente europeo de la opresión nazi.
Muchos soldados no pensaban el porqué estaban allí y no en el Océano Pacífico,
pensaban que ir a Europa no “su guerra”. Temían que los japoneses, al otro lado
del mundo, llegarían a la costa oeste americana si no había suficientes
soldados para evitarlo. Así pensaba Miroski.
William Miroski, era natural de
Chicago y su familia tenía una gran tradición militar. Sus antepasados vinieron
a América en el siglo XVI, como colonos ingleses y lograron sobrevivir al paso
del tiempo. William recordaba como su abuelo, que había estado en la Batalla de
Verdún en la Gran Guerra como voluntario en el ejército francés, le contó las
grandes hazañas de sus antepasados. Como su apellido estuvo presente en la
Guerra de la Independencia de EEUU contra los ingleses o como también otro
antepasado suyo defendió los intereses de Abraham Lincoln contra el sur
estadounidense. William sentía orgullo de representar a su familia en tal
acontecimiento pero no se sentía europeo. Al ser americano quería estar en el
frente del Pacífico. No estaba muy feliz, pero gracias a su amigo Clarke, pudo sonreír
más de una vez en Inglaterra esperando a entrar en batalla. Pero todo cambió en
su cabeza al subirse a la embarcación.
En la lancha de desembarco ya se hizo de
noche, hacía frío y mucho viento, el oleaje salpicaba la cara de todos los soldados
que aguardaban entre miedo y mareos su muerte o su gloria. Solo se oían el paso
de aviones y fuego de artillería. Miroski, siempre al lado de Clarke, intentaba
mirar por encima de la compuerta de la embarcación por si veía algo, pero
todavía no era de día. Según las informaciones recibidas por el teniente
Ostwald, se dirigían a la playa en clave “Omaha” y eran la primera oleada, es
decir, pensaban que si alguien debía morir iban a ser ellos…
Cada vez se hacía más de día y
empezaron a escuchar sonidos de obuses que se cruzaban por encima de sus
cabezas. Todo eso quería decir que se estaban aproximando a la costa. Los
mareos entre la tripulación de la lancha eran más evidentes, el suelo estaba
lleno de tropezones de la gran cena que les habían proporcionado en Inglaterra y
de agua de mar. Entonces llegó el momento, el conductor de la lancha lanzó un
grito cavernoso que estremeció a William, diciendo que en cinco minutos
llegaban a la costa. Entonces empezaron a sonar sonidos de ametralladores y
vieron como una lancha que iba a la izquierda voló por los aires. Se oían rezos,
suplicas, y Clarke dijo, es la hora.
El conductor de la lancha, toco
un silbato, el silbato de la muerte pensaron unos, y significaba que las
compuertas de la lancha se abrían. La suerte estaba echada, al otro lado de la
compuerta se oían las balas golpear. Finalmente se abrió y un fuerte estruendo
se oyó a pocos metros, todos se quedaron sordos por unos segundos y cegados por
una gran luz. Cuando William recuperó la vista, había perdido a Clarke, no
sabía dónde podía estar, levanto la cabeza, solo veía muertos y cuerpos mutilados,
al fondo dos estructuras de piedras que escupían muerte, como decía su abuelo.
Solo unos pocos de aquella lancha
sobrevivirían. El infierno estaba en esa playa.
¡Hola!
ResponderEliminarLa historia es muy realista, ¡me gusta! Aunque debo decir que mi parte favorita del blog es el pajarito de Twitter animando la lectura.
Un saludo,
Sofía Sánchez.
someloveithot.blogspot.com.es